Fábula golfística
En España (y en muchos países del mundo) se celebra un torneo “grande” de golf cada tres o cuatro años. Para ese torneo, que se celebra a cuatro vueltas, se clasifican los primeros de una fase previa que se juega unos días antes.
El campeón de esa fase previa tiene como objetivo fundamental, en el torneo “grande”, el ganar al campo con su mejor juego, para que el público disfrute al máximo y, secundariamente, volver a derrotar a sus contrincantes para lo que cuenta con ventaja inicial, debido a la euforia y entusiasmo que trae de su victoria y al cansancio de sus rivales desmoralizados por no haber podido ganar.
Así, en las dos primeras rondas, el campeón trata de enseñar su mejor “swing” para que los espectadores, tanto sus partidarios como los de sus contrincantes, se deleiten y sean más felices. Normalmente, además, tanto el público como los árbitros, son muy permisivos con él y le permiten “dropar” sin penalidad en todos los casos, incluso cuando la bola cae al agua, “aliviarse” de obstáculos como los “bunkers” e, incluso, en algunos hoyos, repetir el golpe de salida (el llamado, entre los golfistas, ”mulligan itinerante”). Además, durante los principios del torneo, suele repartir regalos a alguno de sus compañeros de juego, para tenerles contentos y distraídos con los torneos menores que se celebran a nivel regional.
Por todo ello, el “corte” que en todos los torneos elimina a los peores jugadores después de las primeras dos rondas suele ser fácilmente superado por el campeón, salvo hecatombe.
Pero ya en la tercera jornada y, sobre todo, en la cuarta, el campeón empieza a sufrir el acoso de los demás participantes porque, en muchas ocasiones, su juego no ha sido tan bueno como debiera mientras que los demás han ido mejorando su juego y la precisión de sus golpes.
Y en los últimos nueve hoyos de la última jornada, que es donde se ganan y pierden los torneos, el campeón tratará de resistir el esfuerzo final de los otros jugadores.
Pero, en algunas ocasiones, en vez de intentar mostrar su mejor juego y su profundo respeto por las reglas de cortesía, el campeón utiliza todas las armas posibles, llegando incluso a engañar al público con mentiras y añagazas o a sobornar árbitros y, a veces, hasta a otros jugadores, con premios y prebendas que difícilmente cumplirá y que, además, son claramente ilegales.
Al final, si alcanza la victoria, se clasifica automáticamente para la siguiente fase previa y, además, parte con ventaja, pues los medios de comunicación ( a los que normalmente, también, favorece) no paran de mostrar imágenes suyas con los mejores momentos de su juego, mientras ocultan las trampas y deslices cometidos.
Llegados a este punto, ¿de qué hablamos? ¿de golfistas o de políticos?
Moraleja: El golf y la política tienen muy poco que ver. Los cuatro “majors” del golf (los más grandes torneos) los juegan los mejores jugadores mientras que, desgraciadamente, la clase política actual española está formada en su gran mayoría por mediocres iletrados que no han trabajado nunca.
En cuestiones de cortesía, también se observan diferencias…Frente al exquisito comportamiento que demuestran siempre jugadores como Tiger Woods, Davis Love III, Fred Couples o José Mª Olazábal, está el “barriobajerismo” de Zapatero, Rajoy, Carod o Ibarretxe.
A pesar de todo, yo estaría contento si no fuera porque, continuamente, comprobamos que lo que realmente interesa a los políticos es ganar la fase previa (las elecciones) y no el torneo grande (gobernar bien) y, por ello, son capaces de hacer todo tipo de trampas y engañar a quien se les ponga por delante para "quedarse con todo".
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